jueves, 27 de agosto de 2009

"No eres tu cuenta corriente (...) el coche que tienes, ni el contenido de tu cartera (...) Eres la mierda cantante y danzante del mundo"


You're not your job. You're not how much money you have in the bank. You're not the car you drive. You're not the contents of your wallet. You're not your fucking khakis. You're the all-singing, all-dancing crap of the world”.


Esta es una de mis frases favoritas de “El club de la pelea” (“Fight club”, de David Fincher). Recién pensaba que la frase de Werther “Lo que yo sé, cualquiera puede saberlo. Sólo mi corazón es mío” en cierta forma debería reinterpretarse: Lo que tengo, cualquiera puede tenerlo. Sólo mi corazón es mío.


Pertenecientes a la Generación X, a pesar de que hemos vivido tantas cosas, tantos cambios, todavía nos tragamos en ocasiones que seremos más si tenemos más. O posiblemente no. A medida que hemos crecido, que hemos abandonado las últimas décadas del siglo pasado, hemos caído en la cuenta de que las cosas no son como nos las habían pintado, y que el mundo no es un lugar justo; no como nos hicieron creer. Una buena preparación no te traerá un buen trabajo; estar a la última moda no te hace ser mejor, ni te hace sentir más feliz: siempre necesitarás otra cosa.


A veces me preguntaba por qué mis conocidos (de edad similar a la mía) y yo compartíamos ciertas preocupaciones, angustias, desintereses, miedo a la responsabilidad, a no trascender. Tiempo después me percaté de que era un mal común a quienes nacimos en cierta época; como leí por ahí, somos la generación que vivió la televisión en blanco y negro y las pantallas de plasma; jugamos en la calle hasta el anochecer y ahora, quien tiene hijos, sabe que ya no puede permitirlo. Comíamos dulces hasta hartarnos y sin problemas de obesidad.


En fin, no quiero caer en una explicación que otros pueden explicar de una manera más detallada y mejor. Mi punto es que crecimos con ciertos valores y creencias que parece que están desapareciendo, y quienes pertenecemos a esta generación no logramos ubicarnos, ni con la pasada, a la que pertenecen nuestros padres, ni con la siguiente, que vive aún más en una cultura hedonista; en la Generación X, a estas alturas, sabemos lo peligrosos que pueden ser esos mensajes, y el posterior desengaño que viene con las promesas no cumplidas de padres, medios, religión, políticos… Los “nuevos” creen con mayor facilidad esos mensajes. ¿Cuándo vendrá su desengaño? ¿Cómo lo mostrarán?


La frase que da título a este escrito es una de tantas dichas en “El club de la pelea” (tengo que leer el libro) que se acomodan a la perfección en esto; dicho sea de paso, me parece un canto desesperado, poético y gráfico sobre el desengaño general de los hijos de ese tiempo. Pero a pesar de nuestro desencanto, debe haber alguna forma de hacer más llevadera esta existencia. Morgan Freeman, en otra película también dirigida por David Fincher (“Seven”), decía al final citando a Hemingway: “‘El mundo es un buen lugar, y vale la pena luchar por él’. Estoy de acuerdo con la segunda parte”.


No sé cómo. Y lo digo a pesar de esa voz interior que dice que no vale la pena.

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