“You're not your job. You're not how much money you have in the bank. You're not the car you drive. You're not the contents of your wallet. You're not your fucking khakis. You're the all-singing, all-dancing crap of the world”.
Esta es una de mis frases favoritas de “El club de la pelea” (“Fight club”, de David Fincher). Recién pensaba que la frase de Werther “Lo que yo sé, cualquiera puede saberlo. Sólo mi corazón es mío” en cierta forma debería reinterpretarse: Lo que tengo, cualquiera puede tenerlo. Sólo mi corazón es mío.
Pertenecientes a
A veces me preguntaba por qué mis conocidos (de edad similar a la mía) y yo compartíamos ciertas preocupaciones, angustias, desintereses, miedo a la responsabilidad, a no trascender. Tiempo después me percaté de que era un mal común a quienes nacimos en cierta época; como leí por ahí, somos la generación que vivió la televisión en blanco y negro y las pantallas de plasma; jugamos en la calle hasta el anochecer y ahora, quien tiene hijos, sabe que ya no puede permitirlo. Comíamos dulces hasta hartarnos y sin problemas de obesidad.
En fin, no quiero caer en una explicación que otros pueden explicar de una manera más detallada y mejor. Mi punto es que crecimos con ciertos valores y creencias que parece que están desapareciendo, y quienes pertenecemos a esta generación no logramos ubicarnos, ni con la pasada, a la que pertenecen nuestros padres, ni con la siguiente, que vive aún más en una cultura hedonista; en
La frase que da título a este escrito es una de tantas dichas en “El club de la pelea” (tengo que leer el libro) que se acomodan a la perfección en esto; dicho sea de paso, me parece un canto desesperado, poético y gráfico sobre el desengaño general de los hijos de ese tiempo. Pero a pesar de nuestro desencanto, debe haber alguna forma de hacer más llevadera esta existencia. Morgan Freeman, en otra película también dirigida por David Fincher (“Seven”), decía al final citando a Hemingway: “‘El mundo es un buen lugar, y vale la pena luchar por él’. Estoy de acuerdo con la segunda parte”.
No sé cómo. Y lo digo a pesar de esa voz interior que dice que no vale la pena.
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